Un estudio pionero encuentra marcadores fisiológicos que permiten identificar a niños en riesgo de desarrollar PTSD tras una experiencia traumática. Las implicaciones podrían transformar la práctica clínica de terapeutas de trauma en todo el mundo.
Cuando un corazón infantil late más fuerte de lo esperado, quizás no sea solo miedo. Tal vez esté anunciando un trauma por venir.
En una investigación que podría reconfigurar la forma en que se aborda la prevención del trauma psicológico en niños, un equipo de científicos de la Universidad de Washington y la Escuela de Medicina de St. Louis ha identificado marcadores fisiológicos tempranos que predicen el desarrollo de trastorno de estrés postraumático (TEPT) en niños pequeños expuestos a eventos traumáticos.
El estudio, publicado en la revista Nature Mental Health en julio de 2025, marca un antes y un después en la comprensión de cómo el cuerpo revela lo que la mente aún no puede poner en palabras.
Un hallazgo clínicamente disruptivo
El equipo liderado por la Dra. Joan Luby y el Dr. Deanna Barch estudió a más de 120 niños entre 4 y 7 años que habían sido recientemente expuestos a traumas —incluyendo accidentes, violencia doméstica y desastres naturales—. En lugar de centrarse en síntomas subjetivos o narrativas, los investigadores se enfocaron en mediciones fisiológicas concretas, como la variabilidad de la frecuencia cardíaca (HRV), los niveles de cortisol y la reactividad autonómica.
El resultado fue claro: ciertos patrones fisiológicos —como una baja variabilidad del ritmo cardíaco o una hiperreactividad del sistema nervioso simpático— se correlacionaron de forma significativa con el desarrollo posterior de síntomas de PTSD.
“Estamos observando cómo el cuerpo de un niño reacciona al trauma antes de que siquiera pueda entenderlo o verbalizarlo,” dijo la Dra. Luby en una entrevista. “Este tipo de marcador objetivo puede cambiar las reglas del juego para la intervención clínica temprana.”
Lo que esto significa para los terapeutas de trauma
Aunque tradicionalmente el diagnóstico de PTSD en niños depende de entrevistas clínicas, observaciones conductuales y reportes de los cuidadores, este estudio ofrece una vía objetiva, cuantificable y precoz para identificar a quienes más necesitan intervención.
Para los terapeutas especializados en trauma, esto abre una puerta crítica: la posibilidad de intervenir antes de que el trauma se cristalice en la estructura psicológica del niño.
“El problema que enfrentamos siempre ha sido el tiempo. Muchas veces, cuando un niño llega a consulta, el trauma ya se ha convertido en una narrativa interna profundamente enraizada,” explica la psicóloga clínica Ana Rueda, especialista en trauma infantil en Ciudad de México. “Si contamos con marcadores fisiológicos tempranos, podríamos comenzar intervenciones somáticas, de regulación y de apego incluso antes de que se desarrolle el trastorno.”
Este enfoque clínico proactivo implica también un cambio epistemológico: en lugar de esperar a que el sufrimiento se manifieste, la fisiología nos permite escuchar la historia antes de que tenga palabras.
La infancia: un cerebro aún en construcción
Parte del valor clínico de este hallazgo radica en el hecho de que la infancia es una etapa de extraordinaria plasticidad cerebral. A diferencia de los adultos, el cerebro infantil aún está en construcción, lo que significa que la intervención temprana puede tener efectos duraderos y transformadores.
El estudio también reveló que los niños que mostraban estos marcadores fisiológicos no siempre eran aquellos que reportaban más síntomas inmediatamente después del trauma. Esto sugiere que muchos menores en alto riesgo podrían estar pasando desapercibidos bajo los métodos actuales de evaluación.
“Lo que estamos viendo es una ventana neurobiológica de oportunidad. Intervenir ahí puede literalmente reescribir la trayectoria emocional de ese niño,” afirma el Dr. David Treuer, psiquiatra infantil en Barcelona.
Más allá del diagnóstico: un nuevo paradigma de prevención
Las implicaciones del estudio van más allá de mejorar diagnósticos. También llaman a repensar las estrategias de prevención:
- Protocolos en hospitales pediátricos: Medir la HRV y otros biomarcadores en niños ingresados tras traumas físicos podría permitir una derivación rápida a servicios de salud mental.
- Atención comunitaria en zonas de conflicto o desastre: Equipos móviles podrían realizar pruebas no invasivas a niños expuestos a eventos violentos.
- Revisión de políticas públicas: Incorporar marcadores biológicos en los protocolos de intervención temprana podría reducir los costos a largo plazo del PTSD infantil no tratado.
El cuerpo habla: una historia que empieza antes del lenguaje
Tal vez la lección más profunda del estudio sea también la más humana: el cuerpo cuenta su historia incluso cuando el niño no puede.
En palabras de la Dra. Luby:
“Los niños pequeños no siempre saben que están sufriendo. Pero su fisiología sí lo sabe.”
El reto para los terapeutas de trauma no será solo interpretar esos datos, sino traducirlos en intervenciones clínicas cálidas, empáticas y efectivas, que eviten la cronificación del sufrimiento psíquico y ayuden a restaurar la sensación de seguridad.
Porque si escuchamos al cuerpo a tiempo, podríamos evitar que ese sufrimiento se convierta en destino.
Conclusión: la revolución silenciosa de la prevención
Este estudio marca un giro hacia una psicotraumatología predictiva, basada en el cuerpo, y no solamente en el discurso. Si se valida en estudios más amplios y se incorporan estos marcadores a la práctica clínica, podríamos estar frente a una de las transformaciones más importantes de las últimas décadas en salud mental infantil.
Y eso no es una promesa tecnológica. Es una invitación ética: escuchar antes de que duela.
Referencia del estudio:
Luby, J., Barch, D., et al. (2025). Early physiological markers of PTSD risk in young trauma-exposed children. Nature Mental Health.
DOI: 10.1038/s44184-025-00153-7